Fellini y su trilogia de la soledad:
La Strada, El Cuentero y Las Noches de Cabiria
En la Italia empobrecida y arrasada de la posguerra, una madre desesperada vende una de sus hijas a un artista forzudo ambulante. La inocente Gelsomina (Giulietta Masina), toda pureza e inocencia, sufre el carácter violento y agresivo de Zampanó (Anthony Queen), una sumatoria de todo lo que está mal. A pesar de eso, la muchacha se siente atraída por ese estilo de vida nómade, siempre de pueblo en pueblo por la carretera (la "strada"), rodeada de artistas de circo y saltimbanquis marginales. Ella misma deviene parte del espectáculo, como un clown eternamente sorprendido por el mundo y sus gentes, hasta el momento en que deba tomar una decisión.
Con esta película, la primera en obtener un premio Oscar en la categoría "película extranjera", Fellini se aleja sutilmente del neorrealismo para empezar a transitar ese camino donde naturalmente confluyen realidad y poesía. Titulo mítico, que catapultó internacionalmente a Fellini, y con una de las bandas de sonido más imperecederas del cine europeo. Los dos protagonistas están formidables en sus respectivos papeles.
Dirección: Federico Fellini
Reparto: Anthony Quinn, Giulietta Masina, Richard Basehart, Aldo Silvani, Marcella Rovere, Livia Venturini.
Año / País: 1954 / Italia
Título original: La strada
Duración. 103 min.
Guion: Tullio Pinelli, Federico Fellini
Música: Nino Rota
Fotografía: Otello Martelli (B&W)
Productora: Ponti / de Laurentiis
¡Uno de los grandes films de la historia! Estreno en el Metropol, 1957. Tanto nos conmocionó que los jóvenes de entonces, después de verla, empezamos a analizar la vida de otra manera, la sociedad de la Europa de post-guerra, la de nuestro país, la de esta ciudad que habitábamos, sitios todos en donde encontrábamos tristes similitudes con los planteos de esta obra universal. (
- Obra maestra, una de las mejores -y más aclamadas- películas de Fellini, y para muchos su film más bello y conmovedor. 10
- Bellísima en su rigor, cargada de humanidad; con un arranque sobrecogedor en su elipsis que se prodiga a lo largo de los momentos más duros de la cinta.
La visión del astroso carromato circense de Zampano y Gelsomina por las míseras carreteras italianas de posguerra ha quedado como paradigma del distanciamiento de Fellini del neorrealismo, y estampa de su personalísimo modo de contar historias. Nada mejor que el circo -tan presente en la biografía de Fellini desde niño- para mostrar el estrecho margen, como cuerda floja de funambulista, entre la vida y la muerte, los sueños y la realidad, el éxito y el fracaso, la alegría y el desamparo que oculta la máscara; la debilidad y la fuerza acrecentada por el truco.
En La Strada, Anthony Quinn, en el papel de forzudo Zampano, y la esposa y musa de Fellini, Giulietta Masina, en un personaje fascinante que recuerda al venerado Chaplin, componen un dúo de seres tan contradictorio como semejante. Dos desarraigados, necesitados, sepan expresarlo o no, de amor, de reconocimiento, de sentido. Como le dice a Gelsomina “El Loco” (Richard Basehart): “Todo en esta vida tiene un propósito. Hasta esta piedra… Porque si esta piedra no tiene un propósito, entonces nada tiene sentido. Ni las estrellas. Y tú también. Tú también tienes un propósito”.
Bellísima en su rigor, cargada de humanidad; con un arranque sobrecogedor en su elipsis que se prodiga a lo largo de los momentos más duros de la cinta, la quinta película de Fellini ganó merecidamente el Oscar a la mejor película extranjera y fue nominada al Oscar al mejor guión. Obtuvo el León de Plata de Venecia al mejor director y el Silver Ribbon (Nardo d’Argento) al mejor director y al mejor productor. Hubiera merecido premio también la fotografía de Otello Martelli y la banda sonora de Nino Rota, colaborador habitual del director, que reproduce el “color” del alma de Gelsomina y perpetúa su memoria más allá de la vida, hasta provocar la redención final de Zampano y dar sentido a su vida.
Fellini decía de sí mismo que era “un artesano que no tiene nada que decir, pero sabe cómo decirlo”. Qué bien lo hace. (Cristina Abad / Fila 7)
El desgarrador patetismo operístico de esta primera obra maestra de Fellini te deja boquiabierto, no importa cuántas veces la veas. Masina alcanza una interpretación chaplinesca como la niña sencilla de clase trabajadora que tiene lo que ahora se llamaría "dificultades de aprendizaje". Vendida por su familia a un jugador y viajero brutal llamado Zampanò, que la intimida y la explota, y se da cuenta demasiado tarde de que su presencia en su vida fue obra de una misteriosa gracia divina. Fellini nos muestra el detrás de escena de la teatralidad del circo, dejando claro que no es simplemente un fenómeno magníficamente surrealista sino también un negocio difícil que implica la angustia de sus integrantes. (The Guardian)
A veces no somos capaces de apreciar lo que tenemos, ni de mostrar nuestro amor, hasta que lo que amamos desaparece. Es esta una experiencia universal, y en este sentido todos podemos identificarnos con ese tosco Zampanó. Esta inolvidable obra maestra de Fellini narra la interrelación entre dos seres aparentemente opuestos, pero que sin embargo tienen algo en común: su errante soledad y su dificultad para encajar en el mundo. Y su experiencia en común a través de las distintas etapas de su periplo son los hilos que tejerán su mutuo aprendizaje, además de un afecto por el otro que no siempre sabrán expresar. Es precisamente este amor no expresado, no desarrollado, el amargo combustible que prenderá el fuego emotivo de la escena final, una de las más tristes y bellas de toda la historia del cine. [FilmAffinity]
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